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Dar vuelta la primera página

El debut literario. El desarrollo de decenas de nuevas editoriales expandió el campo de la ficción local.

 

 

FUENTE: Revista Ñ 29/08/2016 por Daniel Gigena

 

 

Con el desarrollo de los sellos independientes desde inicios del siglo XXI, se produjo un acontecimiento simultáneo y predecible: la aparición de muchos nuevos novelistas. Publicar una primera novela, sin que aún haya dejado de ser difícil o lento o costoso (si los gastos corren por cuenta de los autores), se convirtió en un hecho posible. ¿Pero qué significa la llegada de otros imaginarios, poéticas y formas de narrar? Varias primeras novelas, con o sin ayuda de editores, críticos o escritores, situaron con rapidez el nombre de sus autores en un canon contemporáneo: Selva Almada, Matías Alinovi, Julián López o Mauro Libertella. Cada uno con su primer mundo novelado, entró en el sistema literario. Como ellos, otros escritores de distintas generaciones también ganaron lectores y legitimidad con sus novelas.

 

 

“No conocía a nadie del medio editorial, no tenía idea de pautas de presentación de los manuscritos ni de tiempos razonables de respuesta, ni veía con claridad a qué estirpe pertenecía mi primera novela. La envié a unas diez editoriales independientes y a dos o tres editoriales grandes –cuenta Larraquy, que publicó en 2010 La comemadre , una ficción que entrecruza épocas y personajes–. En dos años de espera obtuve sólo una respuesta, la de Entropía, que finalmente la publicó. En ese tiempo seguí escribiendo el texto, para que no hubiera desajustes y escribir continuara siendo un modo de la experiencia.” El autor señala que la lectura de los editores produjo reescrituras. “En total fueron siete años de entrenamiento sobre un mismo material sometido a cambios radicales. Más allá de la ansiedad de la primera vez, apresurar una publicación no me parece una idea atendible”, aconseja.

 

 

Leonora Djament, editora y docente, apunta una perspectiva indispensable para la circulación de esos mundos escritos: “Desde que armamos Eterna Cadencia con Pablo Braun, nos propusimos publicar al menos una vez por año una primera novela o un primer libro de cuentos. La idea es que el catálogo, así como toda cultura, se teje entre las tradiciones y la emergencia de lo nuevo. Pero no lo nuevo como fetiche o moda, sino como aquello que sabe tensar algo que ya estaba con algo del presente que todavía no podía ser nombrado”.

 

 

Djament repasa una lista de, como ella los llama, “poderosos primeros libros”: La Virgen Cabeza , de Gabriela Cabezón Cámara; Una muchacha muy bella , de Julián López, oSamsara , del escritor boliviano Facundo Gerez. “A diferencia de hace veinte años, hoy hay más interés entre editores y lectores por nuevos escritores que por los autores con larga trayectoria. Esta situación dialoga con una reconfiguración mayor en relación con el lugar de la tradición, el canon y la experiencia en nuestra sociedad”, conjetura.

 

 

Sellos de todo el país como Editores Argentinos, El 8vo. Loco, Dakota, Milena Caserola, Random House Literatura, Seix Barral, Nudista, Cartografías, Metalúcida, Baltasara, Yo Soy Gilda y Caballo Negro, entre otros, han aportado nombres a esa configuración. Mariana Travacio, Susana Campos, Maximiliano Costagliola, Santiago La Rosa, Agustín Romero, Irma Elena Marc, Pablo Schiaffino, Mariana de Mello, Cristian Molina, Pablo Bilsky, Agustín Alzari, Mercedes Araujo y Giselle Aronson son algunos de ellos.

 

 

“Con insistencia y con inocencia se llega a una primera novela, no hay editor ni otros lectores –dice Araujo, autora de La hija de la cabra (Bajo la Luna)–. Adiós a la inocencia del lector, bienvenida a la del escritor inédito. Apartás horas del día para escribir, un acto de fe se dispara. No hay testigos. El punto final, anillados, concursos y editoriales, la espera. Si el editor aparece, trae felicidad.” Los primeros libros engendrarán otros. “El lector te hace escritor o no –agrega–. La alegría dura y a veces deseás detenerla ahí. Ojalá un editor y algunos lectores esperen algo. La primera novela no te cambia la vida, pero agrega un recurso: hay testigos.” Para Hugo Salas, autor de Los restos mortales , una primera novela tiene siempre un efecto colateral. “Luego de tantas tentativas y proyectos, de tantos inicios, esas páginas que por algún motivo parecen lo bastante aceptables como para salir al mundo no sólo se bastan a sí mismas: prueban que uno ha sido capaz de producirlas. Una cosa es creer que se escribe o querer hacerlo; otra, escribir, y otra encontrarse un día ante la evidencia de que se ha escrito”, dice. Salas imagina una metáfora elocuente para describir el proceso que una primera novela libera: “El que escribe es un Colón deseoso de llegar a las Indias. Su primera novela es América: alivio de haber tocado tierra, decepción inmensa, tesoros distintos de los esperados. De allí en más, queda la enorme tarea de cartografiar el nuevo mundo de la lengua propia. Y en eso se nos va la vida”.

 

 

En 2016 Susana Campos publicó una gran primera novela tardía, La mengua . En principio escribía cuentos: “Uno de esos cuentos fue creciendo y me pareció que podía convertirse en una novela, así que lo seguí, me aburrió, lo abandoné. Después, en medio de la lectura de un libro tuve la idea de seguir adelante pegada al pensamiento del protagonista, a su mundo interior, que era bastante pobre. Eso me llevó a una escritura poco descriptiva, sin presentaciones, con mucha elipsis.” A medida que avanzaba la historia, cambiaba la forma de narrar: “Es cierto que a la novela la escribí yo, pero fue como cuando uno se hace inhalaciones: se calienta agua en una olla con hojas de eucalipto, se tapa la cabeza con una toalla y el vapor va subiendo, penetra por la nariz y nos despeja. Digamos entonces que fue el vapor el que escribió La mengua .” A veces las primeras novelas se publican luego de un recorrido por editoriales con las que los autores tienen afinidad. “Cuando decidí publicar, quedaron descartados los concursos: la extensión de mi novela no alcanzaba las páginas requeridas y su desarrollo no encuadraba en la categoríanouvelle –cuenta Carlos Paola, que este año publicó Desde el sillón del padre , en el que colisionan instancias de la historia argentina–. Sin premio, las editoriales grandes no eran una alternativa. Y en las chicas había una espera de dos años para evaluar una coedición. Fui entonces a consultar a Letra Viva, editorial de psicoanálisis, que conocía por mi profesión, y descubrí que tenían una colección de novela. Sin dudarlo, les entregué el original. A los pocos días estábamos firmando el contrato.” Por su parte Natalia Crespo, que este año presentó una novela publicada por Modesto Rimba, cuenta: “Jotón empezó como un conjunto de textos sobre la extranjería. Una familia argentina en Canadá, una inmigrante serbia que sólo hablaba de bombas, un mexicano que había conocido los autos de grande”.

 

 

También Crespo aventura una analogía para captar el sentido de lapublicación de una primera novela: “Por esa época, intentaba refaccionar una pared de mi patio: tras ver algunos videos instructivos en YouTube, me aventuré con el enduido plástico. Capa tras capa, buscaba suavizar una superficie que se parecía más a un terreno bombardeado que a la pared impoluta que mostraban los videos. Quizás escribir sea una forma de albañilería con el lenguaje”.

 

 

De la deriva azarosa por talleres, editoriales y concursos al encuentro de los lectores, del trabajo silencioso a la captura de una voz pública, las primeras novelas, por definición, iluminan mundos inéditos. No es poco.