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Arturo Pérez-Reverte sobre portavozas, pilotas y las últimas tentaciones de caer en el absurdo

Miembro de la RAE, precisa cuál es el margen de transformación de los diccionarios en relación al cambio social.

 

FUENTE: Revista Ñ / Por Matilde Sanchez  (07/09/2018)

 

Quizás él lleva en sí mismo la solución de todos los problemas idiomáticos. Su karma - las es de su doble apellido- es la vocal que más se reitera en el español y el recurso propuesto por las jóvenes generaciones para sortear los plurales masculinos que absorben la diferencia con la terminación femenina.

 

Para algunos estudiosos, sin embargo, el nuestro sigue siendo el idioma con más carga de tradición autoritaria. Hace cinco años el peruano Julio Ortega alertaba que se trata de “la lengua con más peso de ideología conservadora”, y con mayor “incidencia de las pestes ideológicas” del machismo, el racismo y la xenofobia. “En el uso –escribe Ortega- estamos eximidos de dar la fuente de verificación: su validación tiene al yo como centro de autoridad (“Porque lo digo yo,” anuncia un puño en la mesa)”.

 

El consenso en la Real Academia Española no comparte esta crítica. Ante la iniciativa revisionista de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, en julio el narrador Arturo Pérez-Reverte, autor de decenas de novelas, entre ellas la saga con el capitán Alatriste, prometía renunciar a su plaza T en la RAE si el Ejecutivo les instruyera depurar de incorrección de género la Constitución del país, en pos de fórmulas inclusivas. Acotemos que fue la inmensa popularidad de su obra narrativa la que catapultó a Pérez-Reverte a la RAE, convirtiéndolo en una suerte de “miembro del público”, el único integrante “votado”, por así decir, en una institución históricamente autocrática. En ese sentido, Alatriste parece haber optado por abrazar la tradición en lugar de buscar la influencia de los aires renovadores.

 

Pocos días después de esta conversación telefónica, a fines de agosto, la RAE precisó por twitter su definición de dos palabras de gran circulación en 2018. Machirulo y feminazi quisieron conformar los campos de la polémica por el lenguaje inclusivo. El acrónimo de «feminista» + «nazi», explicó la Academia, nombra con intención despectiva a la “feminista radicalizada”, mientras que “machirulo” se usa como intensificación de la palabra machista, al casarla con chulo. Así respondió Pérez-Re verte.

 

─El lenguaje surge para nombrar las cosas. Y las cosas han cambiado. ¿Estamos perdiendo algo con la falta de evolución de la lengua?

 

─No hay falta de evolución de la lengua, al contrario. La lengua, todas las lenguas, evolucionan continuamente de forma natural. Eso es imparable. Y precisamente las academias, los diccionarios, sus filólogos y estudiosos están ahí para seguir esa evolución y tomar nota de ella en esos registros de uso a los que llamamos diccionarios, ortografías y gramáticas. Pero no puede ponerse el carro delante de los bueyes. Una lengua no se transforma en dos días por la voluntad de un colectivo concreto, sino porque la sociedad en común asume los cambios y los refleja en su habla. Cambien ustedes la sociedad y ya verán cómo la lengua y los diccionarios -que son sus notarios y no sus policías- reflejan ese cambio.

 

─Usted amenazó con dejar la RAE si esta se pronuncia a favor de una reestructuración del género: ¿cuál de las correcciones propuestas le parece la más inviable o risible? (el doble plural es inmemorial, es el “damas y caballeros”, todas y todos)

 

─Es una estupidez culpar de la desigualdad al diccionario o la gramática, que se limitan a reflejar el uso que la sociedad da a la lengua en cada momento de su historia. Gracias a ello podemos comprender a qué se referían hace siglos al usar tal o cual palabra, o qué pretendemos decir al construir ahora tal o cual frase. Si cambiamos la sociedad, la lengua la reflejará. El diccionario no es un manual de ética sino una guía técnica.

 

-La iniciativa a partir de la “e” neutra en verdad busca superar el recurso de la equis y la arroba (el todxs y tod@s, por ejemplo), que son impronunciables; pero también para evitar el engorroso desdoblamiento, el todos y todas.

 

─Hay desdoblamientos útiles e incluso necesarios y otros que no lo son. Los útiles han existido siempre y dependen del contexto en que se emplean. Lo que resulta absurdo es meterlos a la fuerza donde no son necesarios. Otra cosa es que el uso acabe haciendo necesarios algunos de ellos, y entonces deben, sin ninguna duda, incorporarse. Decir que en un colegio hay niños y niñas es de lo más normal. O que una familia con dos niños y dos niñas tiene hijos e hijas. Pero decir que los niños y las niñas deben asistir a la fiesta de fin de curso vestidos y vestidas de fiesta con sus padres y sus madres y sus abuelos y abuelas para que éstos y éstas, aquellos y aquéllas, conozcan a los profesores y profesoras… Me parece una gilipollez excesiva. O una boludez, como dicen allá. Ahí, en la frontera de lo que es necesario, radica la cuestión.

 

─¿Lo más urgente no sería ocuparse de sortear formas discriminadoras? Los diccionarios deberían actualizar lo que hoy resulta peyorativo y antes era naturalizado, palabras como mujerzuela, mariconería...

 

─Me parece muy bien que se eviten las fórmulas peyorativas. Debe hacerse, sin duda. Pero es que en realidad eso ya se hace, o se intenta, marcando usos como poco aconsejables. Pero los diccionarios creados durante tres siglos no pueden cambiarse de un día para otro. Tengamos presente que no todo vale… El lenguaje lleva siglos fraguándose; su economía requiere de tiempo. Y no es verdad que cambiando el lenguaje se eliminará la discriminacion. La exageración, el ridículo y la artificialidad nunca cambian nada para mejor sino que envilecen y estropean argumentos perfectamente legítimos. De todas formas, una cosa es adecuar todo eso y otra, como piden algunos colectivos disparatados, eliminarlo por decreto. Hay formas discriminatorias y despectivas que deben mantenerse, pues sólo de ese modo pueden interpretarse los textos en los que antes esas formas aparecían. Si Cervantes usaba la palabra “fregona” como término despectivo, no podemos borrarla pues sin ella en el diccionario no podríamos comprender el Quijote. Lo que se hace es poner la marca peyorativa en el diccionario. Pero a muchos bobos eso no le basta. Exigen censurar siglos de literatura. Exigen amordazar a Cervantes. Lo que de verdad hay que hacer es que la gente deje de usarlas. Pero ésa ya es misión de los educadores.

 

─El campo de las profesiones y oficios, por ejemplo, es de los más atrasados... En Argentina se feminizaron algunos –presidenta, jueza-, mientras en España y América Latina se emplean fórmulas como “la juez”, “la piloto”.

 

─Adaptar palabras tradicionalmente masculinas a las mujeres que ahora desempeñan esas funciones es necesario y oportuno. Ocurre que no se puede forzar ni obligar a la gente a cruzar el umbral del disparate. Decir jueza, feminizando una palabra neutra, puede ser comprensible, y hasta aceptable en estos tiempos. Pero decir portavoces y portavozas es una barbaridad.

 

─Sin embargo, sería interesante que las instituciones más tradicionales pudieran dar respuesta al fuerte compromiso generacional.

 

─Son el sentido común y los lingüistas profesionales los que deben establecer las referencias para que los hablantes sepan a qué atenerse. Pero pasa es que los políticos y ciertos colectivos, unos deliberadamente y otros por simple ignorancia de las mínimas normas, han hecho de la lengua un arma de guerra, sin importarles los daños causados.

 

─¿No teme que se fosilice el español? Hoy ha cambiado el “sensor”; registramos corrientes infinitesimales de machismo apenas percibidas hace cinco años…

 

─No lo temo, dado que mi herramienta evoluciona. Pero otra cosa es que me obliguen a emplear giros ridículos o fuera de toda lógico. Hay académicas que también piensan así. Pensemos, por ejemplo, en la inclusión de la palabra machirulo. Yo estoy de acuerdo con que se incluya, al igual que académicas como Soledad Puértolas. Toda palabra que se usa con frecuencia debe incorporarse, pues se ha ganado el derecho. No se trata de una sublevación sino de un lógico reajuste, propio del tiempo en que vivimos. Un reajuste que era necesario. Pero justamente lo que pone en peligro que ese reajuste sea positivo es la difusa frontera que algunos colectivos están deshaciendo entre lo necesario y razonable y lo disparatado y ridículo. El feminismo inteligente, culto y con claridad de ideas, el realmente necesario, se ve perjudicado por esos grupúsculos radicales o esos políticos analfabetos que envilecen la lucha por la igualdad y que, paradójicamente, generan reacciones contrarias a lo que se busca. Las primeras que deberían procurar que no las mezclaran con esa gente son las verdaderas feministas. Las que tiene conocimientos y cerebro, y saben dónde acaba lo razonable y dónde empiezan la demagogia y la estupidez.  Lo que ocurre es que como académico, y también como escritor, para quien la lengua es una muy seria herramienta de trabajo, no puedo tolerar que la ignorancia, el oportunismo, la demagogia, la estupidez y a veces la mala fe me manoseen y envilezcan aquello con lo que me gano el pan. Necesito una lengua limpia y eficaz para ganarme dignamente con ella la vida. Por eso me enfurece tanto que me la quieran enturbiar. En la Real Academia Española hay académicos, sobre todo los escritores (Marías, Vargas, etc, y también escritoras mujeres como Soledad Puértolas o Carmen Iglesias) que pensamos de modo parecido y creemos que hay que defender ciertas normas mínimas, con las que nos enfrentamos cada día al folio en blanco.

 

─¿Usted ve extenderse estos reclamos a la revisión del canon literario, históricamente centrado en los escritores varones?

 

─Esto de que el canon literario está históricamente centrado en escritores varones no es cierto. Pudo serlo en el pasado, pero hace mucho que no. Y tampoco lo del pasado es del todo exacto. Por ejemplo, el canon presente en mi biblioteca incluye a María de Zayas, Sor Juana Inés de la Cruz, Madame de Stael, Emilia Pardo Bazán, Silvina Ocampo, las hermanas Brönte, Mary Shelley, Simone de Beauvor, Agatha Christie, Patricia Highsmith, Vicky Baum, Dorothy Parker, Virginia Woolf, Almudena Grandes, Claudia Piñeiro… En cuanto al presente, dese una vuelta por las librerías y verá que hay publicadas ahora más mujeres que hombres. Y es más, en este momento en España se conocen más escritoras vivas hispanoamericanas que escritores hispanoamericanos: Elena Poniatowska, Laura Restrepo, Mayra Santos-Febres, Dulce Chacón, Claudia Piñeiro, Marcela Serrano y tantas otras… Por no hablar ya de lo que está llegando en el siglo XXI, donde la mujer como escritora y protagonista se está adueñando de todo. Felizmente, porque ya iba siendo hora.

 

─Estas enumeraciones -tediosas pero necesarias- son una práctica muy reciente; ¿cree que el cambio será perdurable?

 

─El hombre como material narrativo, está agotado ya. Desde Homero hasta el siglo XX, fue exprimido como un limón, apenas da de sí. Ahora, la heroína narrativa, la escritora, la protagonista, es la mujer. Se enfrenta a desafíos antes desconocidos para ella; es una mujer nueva, que no se había dado hasta ahora. Eso va a generar una literatura nueva y fascinante. Sin duda la mujer será el gran personaje, la protagonista indiscutible de este siglo que hemos empezado. Pero no porque se haya buscado artificialmente, sino por natural desarrollo de las cosas. Y lo mismo ocurrirá con la lengua. Tenemos un gran surgimiento del héroe femenino. Es el personaje del siglo XXI.

 

Foto Rubén Digilio