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Cómo afrontar el trastorno de los pronombres

Asia Kate Dillon. Conserva su nombre de mujer pero en Billions interpreta a Taylor Mason, de sexualidad no-binaria.

Fuente: Revista Ñ / por Patricia Kolesnicov (15/06/2019)

 

“Yo soy más compleja que el sistema de los pronombres, lo siento mucho”, me decía Leslie Feinberg. Estábamos en Nueva York, yo había demorado un buen rato en darme cuenta de que ese señor que me esperaba en la esquina era Leslie, y vacilaba entre decirle “she” o “he”. Feinberg se extendió: “El problema es que hay tres pronombres en inglés, She, he o it. Pero it siempre se usó para no humanos, así que lo descartamos. ¿Y qué nos queda? No me voy a simplificar para entrar en el sistema de pronombres. Feinberg prefería que se usara He/she. Y explicaba: “He habla de mi género, she, de mi sexo de nacimiento y la barra entre ambos dice: no sabemos cómo nombrar esto. Era 1995: pasó el Amazonas debajo de ese puente.

 

En castellano, por el Amazonas vinieron la x, la @ y finalmente ¿finalmente? la e, que tiene pasta de campeona. Esta semana la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco decidió aceptar trabajos académicos escritos “en lenguaje inclusivo”. La novedad se institucionaliza. “Profesores de mi generación tenemos que tener cuidado, al dar clase, de no generalizar siempre en masculino; si no, en ese contexto, es uno el que suena raro”, decía hace un año Alejandro Raiter, titular de Sociolingüística de la UBA.

 

En esta Feria del Libro, SaSa Testa –autor del libro Soy Sabrina soy Santiago– reprendió suave pero firmemente a esta cronista más de una vez: había avisado que quería ser llamado en inclusivo o masculino y yo me había referido a SaSa varias veces como “ella”. Al final, hizo una ponencia sobre “la violencia del pronombre”. Ay. El pronombre.

 

Si creímos que el inglés estaba salvado porque sus adjetivos no tienen marca de género, nos equivocamos: allí la lucha se da, justamente, en los pronombres. Gente joven que por razones políticas o de identidad no se identifica ni como varón ni como mujer, se presenta dando su nombre y sus pronombres. “Hola, soy Taylor”, se presenta el personaje de Taylor Mason en una escena de la serie Billions. “Y mis pronombres son they, theirs y them”. Es decir, usa el plural, que no tiene género. Ni she ni he ni her ni his ni him. El inglés halló un neutro. O, en realidad, varios. Algunos no quieren ser llamados they sino ze, un neologismo en singular, al que correspondería el objetivo hir y el posesivo hir. También puede decirse “per”, por “person” y el diccionario Oxford aceptó “Mx.” para el caso de Ms. y Mr. El cuadro total de los pronombres es de una complejidad digna de atención.

 

El tema es nuevo pero no tanto. En 2015, la American Dialect Society –una organización que agrupa a lingüistas, lexicógrafos y gramáticos de los Estados Unidos– decidió que ese “They”, el de Taylor Mason, usado como singular, era la palabra del año. El diario The Washington Post –uno de los principales de los Estados Unidos– decidió en 2016 que el they singular era válido en sus artículos. No es solo el castellano el que cambia.

 

En un artículo en el diario inglés The Guardian, la editora Lorraine Berry hacía historia. Geoffrey Chaucer usaba el they singular en 1395, señalaba. Y Shakespeare, en 1594, en La comedia de las equivocaciones. Siglos después, señalaba, lo hizo Jane Austen, no una sino setenta y cinco veces, en Orgullo y prejuicio, de 1813. No se acaba ahí el asunto. En 1809, el poeta y filósofo Samuel Taylor Coleridge rechazaba el he como pronombre genérico “cuando no se quiere especificar varón o mujer”.

 

Pero no se trata solamente de las posibilidades de un idioma, también de cómo cada uno quiere ser tratado y, por qué no, de la distancia entre lo que ven los ojos y cómo se siente la persona que esos ojos ven. Cassius Clay -argumenta otro artículo del diario The Guardian- quiso ser llamado Mohammed Alí cuando se convirtió en un activista musulmán. ¿Eso era inaceptable? Para algunos fue sencillo, para otro no. Pero ¿quién manda más que el interesado sobre la manera en que alguien debe ser llamado?

 

No parece haber muchos problemas si se piensa en términos de derechos: parece claro que uno debe ser nombrado como quiere serlo. Sin embargo, el lenguaje va más allá de lo que es justo. Para bien y para mal, el lenguaje no solo habla del referente, de aquello que nombra, sino también de quien habla. No solo de SaSa sino también de mí. ¿Qué digo cuando hablo de SaSa en femenino? Uf, muchas cosas. Para empezar, que veo a una mujer. Quizás, también, que no conozco mucho a SaSa y por eso veo a una mujer. Pero esta elección –esta imposibilidad– podría decir, también, que me opongo a su decisión, que odio la posibilidad de escoger género, que de ninguna manera mi lengua convalidará esa elección de identidad. Pero, ah, no es esto último. Es que la lengua mucho alumbra y mucho pone en sombras. No hay tabla de pronombres que se imponga sobre la realidad pero, felizmente, tampoco hay manera de detener cambios que avanzan. Por muchos berrinches que hagamos.

 

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