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Jorge Herralde: vicios y fetiches de un editor ejemplar

La editorial Anagrama cumple 50 años y su fundador lo celebra con un nuevo libro de memorias, conversaciones y artículos. Discute el libro político, la crónica, la circulación de autores entre España y Latinoamérica, su formación y su deuda con editoriales argentinas, y la batalla entre las independientes y los grandes grupos.

 

Fuente: Revista Ñ /Clarín.com Por:LAUREANO DEBAT (26/07/2019)

 

  Desde Barcelona

Christian Bourgois, Luis Goytisolo, Ricardo Piglia, Carmen Martin Gaite, Bret Easton Ellis, Tom Wolfe, Patricia Highsmith, Ian McEwan, Alan Pauls, Juan Villoro. La lista de nombres fundamentales en la historia de Anagrama es interminable. Y el denominador común de todos ellos es Jorge Herralde, que en su último libro, Un día en la vida de un editor, recupera textos diversos, columnas, entrevistas y discursos que conforman un buen compendio de la trayectoria de la editorial que este 2019 cumple 50 años.

 

El mítico editor catalán recibe a Ñ en su despacho del barrio de Sarrià. Ofrece asiento a este cronista en la misma silla en la que se sentó Roberto Bolaño la primera vez que visitó Anagrama. El escritorio de Herralde no tiene computadora pero sí una cantidad indescifrable de libros y de papeles desordenados, con el trazo de su bolígrafo en unos manuscritos. Y un ejemplar de su nuevo libro en donde condensa, según él mismo afirma, “la cara B del mercado editorial”.

 

Christian Bourgois y Jorge Herralde durante la presentación de Cien poemas apátridas, de Erich Fried, Premio Internacional de los Editores (Frankfurt, 1977).

 

–De las cuatro citas iniciales del libro, hay dos de Borges que apuntan a la inevitabilidad del olvido: “Somos el olvido que seremos” y “Todos iremos al olvido, pero los mediocres más aprisa”. ¿Le teme al olvido?

 

–En una entrevista me preguntaron cuál sería mi epitafio y dije “Viva el olvido”. O la frase de Marcel Duchamp: “Siempre se mueren los otros”.

 

–Anagrama comienza como una editorial muy politizada y da un giro con la colección Panorama de Narrativas. ¿Esto marca el desencanto suyo personal con el libro político y también de buena parte de su generación?

 

–Empezamos con autores excelentes y prácticamente desconocidos en España, muy literarios, que enseguida fueron acogidos por el público, sobre todo por los mismos lectores que se habían desencantado con el libro político. Los que antes leían a Lenin y a Mao, ahora leían a la Highsmith o a Chandler. La crisis del libro político se empezó a amortiguar también cuando empezamos a publicar toda esa literatura llamada salvaje o forajida o beat: Bukowki, Copi, Tom Wolfe.

 

Jorge Herralde, Marianne Liggenstorfer, Patricia Highsmith (Festival de Cine de San Sebastián)

 

–Con respecto al Premio Herralde de novela, Anagrama tiene la política de premiar buenos libros aunque sean difíciles de vender. Usted cita el ejemplo de El pasado, de Alan Pauls, que no vendió bien en España pero que en Argentina superó los 20 mil ejemplares. ¿Estas ventas desparejas tienen que ver con la ausencia de un fluido puente lingüístico entre los países de habla hispana?

 

–Hay un axioma. Los autores españoles venden, en general, muy poco en toda América Latina. Los autores latinoamericanos venden, en general, muy poco en España. Pero, los autores argentinos venden muy poco en México y los peruanos muy poco en Chile. Son compartimentos muy estancos que Anagrama, de alguna forma voluntarista, ha intentado mitigar porque romper es imposible. Desde el año 2000 hemos publicado a todos los autores latinoamericanos en España de manera simultánea y con resultados desiguales. Hay que tener en cuenta también la crisis económica y que la RAE está prácticamente arruinada, así como tantas otras editoriales y bibliotecas. Hay muchos factores y también puede estar la frontera lingüística, no digo que no.

 

–Este año inauguran un premio de crónica. ¿Por qué apostaron siempre por un género que no registra grandes volúmenes de venta y que la mayoría de las editoriales no suelen publicar?

 

–Son vicios inconfesables. A mí desde pequeño me ha interesado muchísimo el periodismo como lector. Recuerdo a los 6 o 7 años que leía con voracidad en La Vanguardia los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Y siempre he sido muy aficionado a las revistas culturales. Y en la editorial esto se refleja con la apuesta por el nuevo periodismo norteamericano y desde el año 88 con la colección Crónicas, donde está el gran Kapuscinski y el inesperadísimo bestseller Cabeza de turco, de Günter Wallraff, donde él se disfraza de turco en la sociedad alemana para ver toda la segregación racial y las injusticias.

 

Herralde y Bolaño tuvieron una larga relación editorial y una amistad.ñ

 

–Define a Esther Tusquets como una “gran amiga, gran lectora”. Tanto a ella como a Carlos Barral les pidió textos para prologar sus libros. ¿Nunca hubo competencia? ¿Siempre hubo buena relación?

 

–Anagrama tenía un sólido pedigree como editorial de ensayo y de textos salvajes, pero poco literario. Y los autores eran desconocidos casi todos. Para proteger Panorama de Narrativas le pedí a Esther Tusquets el prólogo de El reposo del guerrero de Christiane Rochefort y a Carlos Barral un maravilloso prólogo de La leyenda del santo bebedor de Josep Roth, un tema que no le era ajeno. Y ahora sigue habiendo buen rollo con los editores independientes nuevos. El problema son los grandes grupos, que es otra historia.

 

–Destaca la importancia de editoriales como Sudamericana, Losada y Emecé en la “educación literaria, política y sentimental de las generaciones españolas que crecieron en la posguerra”. Losada le hizo descubrir a Sartre y a Kafka, Sudamericana a Gombrowicz. Estos tres autores formarían parte del catálogo de Anagrama más adelante.

 

–Para mí son descubrimientos fundamentales. Y también Borges. Me quedé deslumbrado cuando leí Ficciones y fui persiguiendo sus libros por Barcelona, dificilísimos de encontrar y no por razones de censura, sino por razones de distribución. Al final creo que los reuní a todos e intenté publicarlo, pero no me fue posible. Hay una anécdota documentada por el mismo Wylie, el famoso agente, que cuando él lo toma yo le escribo preguntándole si tiene algún texto de Borges libre y que, como fetiche personal, me gustaría publicarlo. Entonces, me dice: “Borges ya es todo mío”. Y me manda una lista enorme, en un fax que conservo, como de 6 páginas de todos los títulos en bolsillo, tapa dura, semidura y semiblanda.

 

Jorge Herralde con los editores argentinos Daniel Divinsky y Alberto Díaz. Las primeras colecciones de Herralde apostaban por una tendencia política democratizante, enfrentada abiertamente con el franquismo.

 

–Usted es un gran lector de diarios de escritores. En su libro destaca los descubrimientos de los de Pavese en Siglo XX y los de Kafka en Losada, dos editoriales argentinas. ¿Por qué Anagrama no ha publicado tantos diarios?

 

–Por espacio editorial. Cada libro que publica expulsa a otro, igual que la política de autor que nosotros mantenemos con muchos, todo el British Dream Team por ejemplo. ¿Cómo resolver la paradoja de incorporar nuevas voces y mantener la política de autor? Todo esto genera problemas de espacio. Y hay determinados buenos libros que son descaradamente minoritarios o que pertenecen a géneros que, aunque sean predilectos míos, no son fundamentales para la editorial. Los sacrifico llorando (risas).

 

–Sobre los autores que formaron parte del catálogo de Anagrama y que ahora están en otro sello. ¿Cuál partida le dolió más?

 

–Te contestaré con una frase que me encanta de Francois Truffaut: “Hablemos solamente de las cosas que nos gustan”.

 

Un día en la vida de un editor, Jorge Herralde. Anagrama, 472 págs.

 

 

https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/jorge-herralde-vicios-fetiches-editor-ejemplar_0_jKZUqa0L-.html