Colección "La Querella de la Lengua"

Fernando Alfón

La conquista de quince mil leguas

 

Autor: Estanislao Severo Zeballos 

Título: La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro. Dedicado a los jefes y oficiales del ejército expedicionario.

Fecha de edición: 1878

Lugar de edición: Buenos Aires

Editor: Establecimiento tipográfico a vapor de «La Prensa».

Información adicional: Segunda edición revisada y considerablemente aumentada por el autor.

Fuente: Dominio público

 

 

      A fines de la década de 1870, el joven abogado y periodista Estanislao Severo Zeballos publica su ambicioso plan en torno a La conquista de quince mil leguas, un pormenorizado estudio para trasladas la frontera sur de la república hacia el Río Negro. Las intenciones del trabajo no se solapan: se trata de un informe integral para la intervención militar. Zeballos habla muy mal de los indios araucanos, pero no tan mal de su lengua, a la que encuentra encantadora, original y —aunque algo carente de palabras que signifiquen abstracciones y principios filosóficos— rica en denominaciones para los objetos físicos que van desde la tierra hasta el mar, y desde el mar a los cielos. Con esta lengua, a la que incluso llama preciosa, cree que sucede lo que con el castellano: cuando la hablan pueblos alejados de su lugar de origen, la corrompen.

 

         «De ahí que cuando oímos hablar a los pampas hay que corregirles y enseñarles lo que ellos desfiguran o ignoran.

 

[...]

 

         »Es necesario corregirles también prosódicamente, como corrigen los españoles a los americanos, cuando dicen, verbigracia, tenés por tienes.

 

 

         »Para llegar a darse cuenta de estas circunstancias es menester comenzar primero por conocer a fondo la lengua araucana, tal cual se hablaba y habla en las serranías de Arauco, para poder estudiar corrigiendo la de los pampas, que ha degenerado gramaticalmente, y que ha aumentado su caudal de voces a causa de la nueva vida que el araucano hacía en la llanura» (pp. 333-334).

 

 

 

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