Colección "La Querella de la Lengua"

Fernando Alfón

El payador. Hijo de la pampa

 

Autor: Leopoldo Lugones 

Título: El payador. Hijo de la pampa.

Fecha de edición: 1916

Lugar de edición: Buenos Aires

Editor: Otero & Co. Impresores

Información adicional: Se anuncia como el tomo primero, pero resultó ser el único.

Fuente: Dominio público

 

 

      La mayor cosmovisión lugoniana de la lengua nacional aparece en las seis conferencias porteñas de 1913. De regreso de Europa, y ante un público notable, Lugones expone, en el teatro Odeón, seis lecturas de carácter ensayístico. Aunque iniciáticas y fragmentarias, las corrige, las am­plía y las da a la estampa tres años más tarde (1916), bajo el nombre de El payador, una obra de propósito doble: por un lado, develar el sentido épico del Martín Fierro; por el otro, trazar una genealogía hercúlea para la raza argentina. Así como Virgilio intuyó una ascendencia helénica para refundar el mito del pueblo romano, Lugones establece una ascendencia similar para refundar el suyo, aunque su trama partirá de un sustrato estético, antes que sanguíneo. El payador establece una estética como vínculo fundamental de la raza, pues concibe a la belleza como el único valor inmutable, a lo largo de los tiempos, capaz de establecer un puente inconmovible entre dos pueblos.

 

     No es posible obviar la mención de esta tesis, pues en medio de ella Lugones enhebra, haciéndolas armonizar, sus apreciaciones sobre la lengua en Argentina. En primer lugar, y como lo había hecho en Didáctica (1910), persiste en advertir dos castellanos: uno español, otro americano; ambos perfectamente distinguibles. Esta es la base para postular que el castellano del gaucho, adaptado al suelo americano, constituye una lengua signada por una forma arcaica. Pobre en su vocabulario, debido a la vida humilde y campestre, tendió a la concisión y al laconismo, al realismo de la expresión y la filosofía práctica, a la elipsis y la simplificación de sus frases; vivificando la destreza derivativa de la lengua, convirtió en verbo todo aquello que necesitó verbalizar; y al faltar una literatura que imponga una preceptiva, discurrió con mayor libertad, y desarmó el humanismo que había latinizado y culteranizado al idioma. Con esto, agrega Lugones, el lenguaje gaucho «[...] fue más activo como instrumento de expresión, más vigoroso y más conciso; mientras que el otro, subordinado desde entonces a la tiranía académica, a la estética del canon, fue paralizándose en esterilidad sincrónica con el desmedro de la libertad peninsular».[1]

 

     Ya desde el siglo XVI, en los primeros historiadores de América, Lugones encuentra un castellano más dúctil, no por usar americanismos, sino porque la despreocupación literaria de estos hombres los hacía escribir el mismo idioma que palpitaba en sus bocas. Muchos de ellos, últimos paladines de Europa, se hicieron rebeldes, independientes y sublimes en América. Sus obras son los legados del castellano americano, cuyas peculiaridades no debieron juzgarse como barbarismos, sino como elementos preciosos de una lengua más genuina e, incluso, hasta más vigorosa.

 

     La sola virginidad de América obligó a convertir a la lengua en un instrumento creador, no pesando en ella la tradición que oprimía a España. Así como la España humanista se dio en latinizar el idioma, el gauchismo, al simplificarlo, lo modernizó, conservando en él, paradójicamente, formas originales del castellano viejo. Es primordial para las tesis que conlleva El payador relevar este proceso lingüístico, pues subrayar las marcas arcaicas del castellano de América no es más que establecer su filiación con el castellano anterior al siglo XVI, unido aún al ámbito cultural de la lengua latina que encarnó los principios del ideal caballeresco, el culto a la mujer y el heroísmo. La intimidad con que se fundieron, en la lengua latina de los llamados tiempos oscuros, elementos tan distintos como los arábicos, los germanos, los anglosajones, los vascos y los eslavos, que componen el germen más activo de la baja latinidad, comporta, para Lugones, una prueba de civilización superior. Así es que se restauró en el fondo silencioso de las pampas, en un nuevo molde, por efecto de la libertad y las tendencias étnicas, un proceso civilizatorio evidente en los diversos aportes de todas las lenguas romanas.

 

 

[1] Lugones 1916, 135-136.

 

 

 

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