La prensa de Gutenberg sigue imprimiendo
Diversos análisis sostienen que el libro impreso lidera el modo de leer.
FUENTE: Revista Ñ / Por Osvaldo Aguirre (06/06/2017)
La desaparición del libro en papel, o en el mejor de los casos su reducción a una parte minoritaria del mercado, fue hasta no hace mucho un diagnóstico común en la industria editorial. El formato electrónico convertía al ejemplar impreso en un objeto incómodo y costoso, y hubo editores en lengua española que pronosticaron su extinción cuando el universo de lectores estuviera conformado por nativos digitales. Sin embargo, a partir de estadísticas recientes sobre consumos culturales y de las propias previsiones del sector, no ya la supervivencia sino la centralidad del libro clásico aparece como una de las pocas certezas en un ámbito donde la incertidumbre rodea al desarrollo de los medios digitales y a las estrategias de libreros y editores para adecuarse al presente.
El nuevo diagnóstico es una de las principales conclusiones de Books & Bookster. El futuro del libro y del sector librero, una investigación en la que el periodista Martin Schmitz-Kuhl entrevistó a un conjunto de expertos de la industria editorial y el comercio de libros en Alemania. Contra lo que pudo creerse a partir del lanzamiento del Kindle, el mercado “no cambiará mucho” en los próximos años, según una voz tan autorizada como la de Juergen Boss, el gerente de la Feria del Libro de Frankfurt. “Pasará todavía mucho tiempo hasta que las cifras de los libros electrónicos puedan alcanzar la dimensión de las de los libros impresos”, e incluso cuando eso ocurra el papel “seguirá ofreciendo muchas ventajas”, anticipa Schmitz-Kuhl.
Según un estudio del Pew Research Center, un 66 por ciento de los estadounidenses –y la franja más alta se encuentra entre el público de 18 a 29 años– leyó al menos un libro impreso el año pasado, mientras otro 28 por ciento optó por el digital y apenas un 6 por ciento fue lector exclusivo en ese soporte. La variante significativa se encuentra en la forma de consumo de los ebooks, donde se incrementó la lectura a través de los teléfonos celulares y tablets a expensas de los lectores electrónicos. El mercado estadounidense suele adelantar las tendencias globales, como sucedió con la concentración de las editoriales en grandes grupos y la disminución del número de librerías.
La investigación de Schmitz-Kuhl, publicada por la Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim), registra no obstante una transformación en el concepto tradicional de la mercancía. “Más que de vender libros se tratará de la transmisión de contenidos”, dice Harald Henzler, fundador de la plataforma Flipintu, y las estrategias se encuentran sujetas a un considerable margen de error “en esta mezcla de selva digital y de estepa impresa”. La única especie amenazada dentro del formato del papel parece el libro de bolsillo mientras otras se imponen al electrónico por razones diversas, desde la tenaz preferencia de los lectores (notable en el caso de los libros de divulgación) hasta cuestiones prácticas, como la imposibilidad de regalar ebooks a los niños, en la literatura infantil.
El secreto de la autoedición Otra de las conclusiones del estudio es que la digitalización cambió las formas de la publicación no tanto respecto al objeto libro como al medio, las editoriales. Cualquiera puede convertirse en autor sin necesidad de una empresa que produzca, distribuya o financie su libro. Las redes sociales y el micromecenazgo son factores clave en la autopublicación, un fenómeno cuyo crecimiento también se verifica en la Argentina: según los últimos datos disponibles de la Cámara Argentina del Libro, el 12 por ciento de los títulos editados en el primer semestre de 2016 correspondió a ese segmento, el de los libros publicados por sus autores.
La autoedición plantea un desafío para las editoriales tradicionales y cuestiona su posición en el mercado. Los especialistas consultados por Schmitz-Kuhl –en su mayoría, curiosamente, aparecen fotografiados leyendo libros en papel– tienen distintas opiniones sobre la evolución y los efectos del fenómeno, entre la posibilidad de que las compañías se transformen en marcas asociadas a determinados contenidos o la reconversión de la industria bajo la hegemonía de autores devenidos en editores. Las opiniones no son desinteresadas sino que muestran los intereses en juego, y la inteligencia de Schmitz-Kuhl consiste en ponerlos de manifiesto con preguntas provocativas y poco complacientes con sus entrevistados.
Al mismo tiempo los interrogantes rodean a los modelos de desarrollo posibles en el mundo digital, ya que los contenidos pueden presentarse de otra manera que como libros o revistas. En ese marco el impreso se revela como el negocio más seguro hasta el momento y obliga a los editores a preguntarse cuáles son los lugares y las formas correctas para innovar. Los ebooks agregaron la velocidad como factor de consumo, pero paradójicamente podrían revalorizar antiguas exigencias de los libros impresos –como el tiempo dedicado a la lectura– y estimular movimientos reactivos de manera análoga a los que se produjeron en la ecología y en la alimentación.
El fracaso del ebook enriquecido con archivos multimedia aparece además como una prueba a favor del libro impreso, o al menos de que el placer de la lectura tiene que ver con el mundo imaginario que el objeto moviliza en el lector y no con un medio material complementario. Un libro también supera con éxito la comparación con los resultados de una búsqueda en Internet: “es un relato lineal de determinada extensión, algo imprescindible en la comunicación humana, que ya de por sí tiene sus exigencias”, propone Alexander Skipis, director de la Asociación Bursátil del Comercio Librero Alemán. Los pronósticos se vuelven cautelosos: “el desarrollo, la evolución de un mercado depende de muchos factores que, en este caso, solo podríamos adivinar”, dice Sascha Lobo, creador de la plataforma Sobooks; “es imposible de generalizar a nivel mundial”, advierte el director de la Feria de Frankfurt.
“He formado un ejército de veintiséis soldados de plomo capaces de conquistar el mundo”, dijo Gutenberg a propósito de la imprenta. Y parecen lejos de perder la batalla.
Consumidores y lectores
Según la Cámara Argentina del Libro, entre enero y julio de 2016 se editaron 15.787 novedades contra 15.861 del mismo período en 2015 y se imprimieron 41.711.467 ejemplares contra 47.847.085 del año anterior. El 85% correspondió a libros impresos y un 15% apareció en soporte digital. Los datos del “Informe anual de producción del libro en la Argentina” registraron además que en 2015 se editaron 28.966 títulos, la cifra más alta desde 1997, y se publicaron 82.697.356 ejemplares, una cifra menor al pico histórico de 2014, cuando se publicaron 128.929.260 ejemplares. La “Encuesta de consumos culturales y entorno digital” del Ministerio de Cultura de la Nación (2014) registró que el 57% de la población había leído al menos un libro durante el año anterior. El porcentaje se componía de un 38% que leía semanalmente (todos o algunos días por semana), un 11% que lo hacía mensualmente y un 8% que leía con menos frecuencia. Los libros más leídos en el país según la encuesta son cuentos, novelas y biografías, y la temática más elegida la historia. El 39% de los lectores de libros leían sólo en formato papel, mientras un 7% lo hacía en ambos formatos y menos del 1% leía sólo libros electrónicos.