La lengua propia como ejercicio de la identidad
José Luis Moure propone una antología de textos que pone al día las discusiones acerca de un español argentino.
FUENTE: Revista Ñ / Por Oscar Conde (07/08/2017)
Más allá de que los intentos de acercamiento de la Real Academia hacia sus correspondientes americanas hayan comenzado a mediados del siglo pasado, ha sido recién en el actual cuando se inició por fin un proceso para el desmantelamiento de la subvaloración del español de América. No hace demasiado –un par de décadas, a lo sumo– que se le reconoce al español un estatus policéntrico. En otras palabras, ya no es defendible la posición que hace del habla de Madrid (o de cualquier otra ciudad de la península) un modelo único y “puro” para más de 560 millones de hispanohablantes. El policentrismo enseña que no existe un solo paradigma de la lengua española, y que las variedades utilizadas en Lima, Medellín, La Paz o Buenos Aires son igual de prestigiosas que las de Toledo o Salamanca.
Los departamentos de español y romanística de diversas universidades europeas y estadounidenses han comenzado ya a trabajar con la lengua sobre la base de este concepto que, lejos de resultar disruptivo o incómodo, parece haberse consensuado dentro de los estudios lingüísticos para poner en su lugar las cosas. La posición clásica del monocentrismo, prevalente no solo durante la época colonial sino al menos hasta mediados del siglo XX, conserva sin embargo muchos adeptos en el espacio simbólico de la enseñanza de español para extranjeros –ámbito en el cual, además de una disputa entre políticas lingüísticas de signo opuesto, está en juego un jugosísimo negocio–. Es que los profesores de español, cuando son españoles, normalmente combaten la tesis policéntrica, ya porque acuerdan con las posiciones político-económicas del Instituto Cervantes, ya por orgullosa convicción patriótica.
Nuestra expresión (EUDEBA), del filólogo José Luis Moure, actual presidente de la Academia Argentina de Letras, se inscribe en una larga tradición de escritos en torno al español de la Argentina, iniciada casi a comienzos del siglo XIX –pocos años después de la Revolución de Mayo– y, más puntualmente, se suma a dos antologías recientes que, como esta, ofrecen testimonios acerca de las distintas posiciones sostenidas a través del tiempo en los debates político-lingüísticos referidos a la existencia o no de una lengua nacional. Tales antecedentes son Voces y ecos (2012), de Mara Glozman y Daniela Lauría, y La querella de la lengua en la Argentina (2013), de Fernando Alfón.
La discusión acerca de un español americano y, más adelante, de un español argentino tuvo como protagonistas, en primera instancia, a los intelectuales nucleados en el Salón Literario, entre otros, Marcos Sastre, Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, quien en la sesión inaugural del 18 de junio de 1837 reclamaba ya una lengua nacional capaz de reflejar la nueva realidad de la América libre. La defensa de la identidad lingüística por parte de este grupo propició dos acontecimientos destacables. Por un lado, en octubre de 1843, Domingo Faustino Sarmiento propuso en la Facultad de Filosofía y Humanidades de Santiago de Chile un audaz proyecto de reforma ortográfica. Por otro, en enero de 1876, el poeta Juan María Gutiérrez devolvió el diploma de académico correspondiente que le había enviado la Real Academia Española. Todos ellos, pues, fueron tempranos promotores del autoctonismo idiomático, basados en el principio de que uno de los atributos esenciales de una nación libre es la posesión de una lengua propia.
Este es, precisamente, el precepto que movió al francés Lucien Abeille a publicar en París, en coincidencia con el fin del siglo, su Idioma nacional de los argentinos en 1900. Con un convencimiento que roza el fanatismo, se propuso demostrar –infructuosamente– que el español de la Argentina comenzaba a diferenciarse del peninsular a partir de la incorporación de préstamos lingüísticos que provenían tanto del guaraní, el araucano y el quichua como del italiano, el francés y, en menor medida, el inglés y el alemán. Las voces críticas contra este autonomismo idiomático separatista son también nacionalistas, mayormente elitistas e hispanófilos, defensores de una argentinidad que presumían en peligro ante la inmigración italiana y las hablas populares como el lenguaje gauchesco y el lunfardo. Algunas de esas voces (las de Ernesto Quesada y Miguel Cané) se alzaron contra el francés, aun cuando la verdadera impugnación de su programa filológico estaría dada por alguien que estrictamente no participó de los debates: el rosarino Rudolf Grossmann, que desde un planteo similar al de Abeille llegó a conclusiones opuestas en El patrimonio lingüístico del Río de la Plata, editado en Alemania en 1926 y traducido al español recién en 2008.
La primera mitad del siglo XX estuvo plagada de gramáticos y filólogos empeñados en mostrar lo mal que se hablaba y se escribía en la Argentina. Curiosamente las respuestas más consistentes a Ricardo Monner Sans y a Américo Castro fueron dadas por escritores –y no por lingüistas–: Roberto Arlt y Jorge Luis Borges, respectivamente.
Con un título en el que resuena el de un libro publicado en 1926 por el dominicano Pedro Henríquez Ureña (Seis ensayos en busca de nuestra expresión), la obra de Moure nació con el objeto de ofrecer una guía histórica a docentes y estudiantes de español en la que aparecieran transcriptos –con el fin de ayudar al armado de clases– distintos pasajes de textos de los siglos XIX y XX que dan cuenta de los distintos y sucesivos posicionamientos respecto de nuestra identidad lingüística. Este corpus reunido por el autor incluye cartas, discursos, clases públicas, artículos periodísticos y fragmentos de obras mayores tanto de los defensores de una lengua autonómica como de las voces de políticos, escritores, intelectuales y lingüistas que se opusieron a dichos ideales. Vale decir que no pocos de estos textos son de difícil acceso. El material se completa con la inclusión de las respuestas a sendas encuestas realizadas por el diario Crítica (1927) y por la revista El Hogar (1952).
En una edición sólida, que incluye dos trabajos de panorama de Guillermo Guitarte y el propio Moure, Nuestra expresión ofrece un plus atinente a su propósito inicial de constituirse en material de apoyo para la enseñanza terciaria o universitaria: cada uno de los textos del corpus va acompañado por una guía de lectura con el fin de orientar al lector.
Es de lamentar que el lunfardo, que como léxico argótico hace décadas ha superado los límites de la región rioplatense para ser a estas alturas un argot nacional, apenas cuente en el libro con la voz de Last Reason (cuya argumentación en defensa de este vocabulario carece de todo rigor lingüístico) y muy poco más. Sin ser lo principal, es innegable que nuestras variedades de español ya casi no prescinden de él.
Actualmente seguimos muy lejos de hallar un estándar que pueda definirse indubitablemente como “español de la Argentina”. Si bien es cierto que la ciudad de Buenos Aires y la región metropolitana parecen seguir imponiendo al resto del país nuevos giros, modismos y voces, muchas características fonéticas, morfológicas y sintácticas propias de cada región felizmente sobreviven. Hay sí, y parece imposible impedirlo, una creciente unificación del léxico, debida fundamentalmente a la interacción de los medios y de las redes sociales. No obstante ello, es reconocible un español de Salta, uno de Mendoza, uno de Córdoba y otro de Posadas, entre otros. Ello no es grave per se: en Alemania el alemán se dice de muchas maneras. En suma, el español de la Argentina también es policéntrico.
Oscar Conde es poeta, ensayista y profesor universitario. Ha escrito, entre otros, el Diccionario etimológico del lunfardo (2004) y Lunfardo (2001).