¿Existe el manuscrito en el mundo digital?
El historiador Roger Chartier analiza nuevas formas de representación y dice que hoy existen formas de escrituras colaborativas como en la era de Shakespeare.
FUENTE: Revista Ñ / Por Alejandra Varela (29/09/2017)
El libro era considerado como una criatura humana en la España del Siglo de Oro, dotado de una materialidad y un alma. Si esta idea tuviera alguna permanencia en la actualidad, Roger Chartier la encontraría en el lector, como el ser capaz de darle existencia a un texto. Porque la lectura no es para el historiador francés una zona mansa, él se pregunta por los modos de acercarse a un escrito que ya no existe, de “escuchar a los muertos con los ojos”, como señala el título de uno de sus libros. Entonces en la memoria aparece el registro de una práctica que cambia todo el tiempo y opera como el dato de una época.
En la dupla compuesta por un personaje enfermo por la lectura como era el Quijote y en su amigo Sancho, analfabeto, que capturaba los textos de la lectura en voz alta, encuentra Chartier la síntesis entre un hombre que se vuelve autor al apropiarse de una forma de leer que lo obliga a la aventura, y otro que hace de la lectura una práctica posible en la comunidad, donde la oralidad facilitaba una escritura socializada.
El autor que vino a la Argentina invitado por el Centro Franco Argentino de la Universidad de Buenos Aires entiende que el lector es quien une los caminos inmensos, cruzados y disímiles de un libro, que se sostienen en él como una experiencia irrepetible.
–En Escribir las prácticas usted piensa el concepto de representación y recurre a una imagen de Blas Pascal cuando mencionaba el ornamento de jueces y médicos como modo de crear una noción de saber en los otros, del mismo modo que el rey construía una imagen de sí mismo para remitir a esa violencia primera que estaba ausente. ¿Cómo pensar la representación hoy con una cultura de la videopolítica, ligada a la imposición de una imagen de sí mismo por parte del poder?
–En esta imagen de Pascal la idea es que la representación representa algo inexistente, un vacío. No representa materialmente el saber de los médicos ni de los jueces, sino que este saber no existe y que la representación solamente es una trampa. Lo opone a los soldados que no se disfrazan de esta manera porque la evidencia de la fuerza brutal es inmediata. El otro sentido, que retoma Pierre Bourdieu, es que un individuo o una clase social está definido por condiciones objetivas, recursos sociales y por lo que quiere que se reciba de su condición en el intercambio con los otros. Bourdieu recurría a la sociología de Erving Goffman que consideraba cada situación social como teatral, en la cual hay un intercambio entre lo que uno dice y lo que el otro cree, entre lo que se quiere hacer reconocer y lo que se reconoce por parte del otro. Me parece que el concepto permite asociar las representaciones mentales –que son como categorías de percepción, de clasificación del mundo social– y las representaciones en el sentido de Pascal como “lo que se muestra” a través del vestir, del hablar. Los comportamientos más conscientes, las representaciones como exhibición, son tanto organizados, conscientemente producidos por los individuos y, al mismo tiempo, totalmente inconscientes. Lo interesante es que esta identidad social o política que se da a mostrar, a creer, se delega en los representantes. La fuerza cognitiva de la noción de representación está en la vinculación entre lo mental, lo exhibido y lo delegado.
–Esto se une a la noción de creencia, que estaría más ligada a la percepción que al contenido. Un mecanismo que permanece en las formas políticas actuales.
–La creencia es un elemento del funcionamiento de la dominación simbólica que repite y reproduce una relación social donde las víctimas aceptan como legítimos los criterios que aseguran esta dominación. Lo esencial en la creencia es hacer aparecer como natural lo que es socialmente construido, hasta el momento en que se fisura esta creencia y permite espacios nuevos de comportamiento y de pensamiento. Sería la figura de la perpetuación de un mecanismo de dominación simbólica que supone la alienación, en el sentido de una aspiración que es explícita, contraria a los intereses de los individuos. El engaño de sí mismo, a través del reconocimiento o de la creencia de la legitimidad de diferencias sociales y de formas de dominación. Si se piensa en la dominación colonial, la forma de dominación económica de los países desarrollados en relación con los otros es una nueva versión de esta dominación en su definición más tradicional. En el terreno político la creencia en los mecanismos de la democracia es el fundamento de las sociedades modernas. En este caso, es la democracia misma la que parece como un engaño.
–En relación con la lectura, en su obra aparecen similitudes entre el manuscrito anterior a la invención de la imprenta y el texto digital. En ambos casos se puede escribir sobre el texto original en un registro similar. En el papiro se daba una lectura miscelánea como puede ocurrir hoy en la pantalla. ¿Podríamos pensar el texto digital como un nuevo manuscrito?
–Mi opinión es sí y no. Tal vez el no es más fuerte que el sí. La aparición de la literatura en el siglo XVIII supone una individualización del autor cuya obra debe ser original y debe considerarse siempre idéntica a sí misma, incluso si se modifica su forma de publicación, porque es la condición para establecer una propiedad. El mundo digital potencialmente permite una creación colectiva. En esta movilidad es posible que desaparezca el concepto de propiedad y se discutan las concepciones de originalidad. En las novelas del siglo XVII en Francia, en la Inglaterra de Shakespeare, había una práctica muy fuerte de la escritura en colaboración. La idea era manifestar cierta inventiva dentro de la imitación, lo que explica que las historias no son originales, son reempleadas en los lugares comunes que hoy se consideran como lo que se debe evitar en los discursos. En esa época eran las formas que se debían reutilizar porque tenían una dimensión de verdad universal. El propietario de la obra era el librero o el editor, no el autor. En el mundo anterior al XVIII, podemos encontrar características que definen una parte pero no la totalidad del mundo digital porque, cuando se habla de una edición digital, se trata de imponer las categorías de textos que son definidos por el copyright. Se pierden las potencialidades subversivas de las experimentaciones de nuevos objetos simbólicos que cruzan sonidos, música, imágenes y textos, que dan al lector un lugar donde puede volverse un coautor. El mundo manuscrito puede reforzar esta comparación porque en este caso la movilidad de los textos de una copia a otra puede ser considerada como más fuerte que la movilidad de los textos de una edición a otra. Pero en el libro impreso hay una asociación indestructible entre una obra particular y un objeto específico y esto tiene muchas consecuencias. La primera es que los objetos de leer no son generalmente los objetos de escribir: se puede escribir en un libro pero el libro no está a la espera de la escritura de su lector. La totalidad, la identidad que define una obra se da inmediatamente a partir de la forma material y, si se fragmentaba, que era una práctica de lectura fuerte en el tiempo del humanismo, se extraía a partir de la percepción de una totalidad que obligaba a ubicar el fragmento en su momento porque aparecía en una argumentación. Todo eso no existe en el mundo digital porque las pantallas no están vinculadas con un texto particular, porque son a la vez objeto de escritura y de lectura. Los que piensan, y creo que tienen razón, que el mundo digital introduce posibilidades inauditas, lo hacen destruyendo estas categorías y pueden imaginar un mundo en el cual la palabra ‘fragmento’ perdería su sentido porque supone una totalidad. Aquí la idea es de unidades autónomas.
–Immanuel Kant manifestaba que el sueño de la ilustración era que cualquier persona pudiera hacer un uso público y crítico de la lectura y escritura. La experiencia digital abre esta posibilidad aunque los resultados no siempre responden a este objetivo.
–En el mundo digital se han multiplicado las formas del compartir las lecturas, sea a partir del intercambio y circulación de las notas o bien en el soporte de las redes sociales con la posibilidad de escribir leyendo. Para compartir una lectura en el mundo impreso se debe estar en el mismo lugar. A partir de este momento, el concepto de comunidad se transforma. Pienso que un aspecto un poco escondido del mundo digital es la redefinición de la noción de amistad e identidad con los mismos conceptos pero con nuevos sentidos. La identidad puede ser multiplicada, exhibida, escondida más fácilmente y con un impacto mucho más fuerte que en la escritura tradicional. Una definición más tradicional supone que los individuos, en el mismo espacio, intercambian algo de lo político de la ciudad antigua que era la forma de sociabilidad alrededor del libro. Esto no es equivalente en la comunicación electrónica. La fuerza particular del encuentro con el otro, la posibilidad de una forma de pensamiento colectivo, era el principio de la ciudad griega. No debemos pensar que hay una equivalencia. El mundo digital tiene lógica propia y cuando se empieza a pensar que es una nueva forma de lo que existía antes, estamos frente a lo que considero un error que puede contribuir a la desaparición de las librerías, de las ediciones impresas de los diarios y revistas, a la destrucción de las colecciones en las bibliotecas porque existen en la forma digital. A un mundo en el cual la comunicación se fundamente sobre la soledad y el aislamiento. La lección general es que se debería borrar la idea de equivalencia. Se puede ayudar a los individuos a pensar que existe el riesgo de perder algo o de dar una radical transformación a las categorías. No es una cuestión de nostalgia. Con el libro como objeto, el concepto de libro es inmediatamente visible y esto no le pasa a los nuevos lectores.
Roger Chartier Básico
Lyon, Francia, 1945
Director de estudios en L‘ École des Hautes Estudes en Sciences Sociales de París y profesor invitado de la Universidad de Pennsylvania. Su trabajo se ha centrado en la Historia de la Edad Moderna Europea y el estudio de las prácticas de escritura y lectura, en los modos de producción de lo escrito y en la apropiación de significados por parte de los lectores en diferentes épocas. Entre sus libros más destacados se encuentran El mundo como representación; Escuchar a los muertos con los ojos; El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito, La mano del autor y el espíritu del impresor.