La biblioteca del maestro
Resonancias en torno a la donación pública de la biblioteca personal del ensayista rosarino, Nicolás Rosa (1938-2006), figura clave en la crítica y el pensamiento intelectual argentino
Fuente; Revista REA/ por Elizabeth Martinez de Aguirre (30/10/2025)
A fines de setiembre pasado la nave central de la Biblioteca Argentina “Dr. Juan Álvarez”, célebre por su arquitectura y belleza, fue escenario de la recepción de la entrega inicial –casi como escribiendo su propia narrativa folletinesca– de un lote de libros que habían viajado hasta aquí desde el estudio de Nicolás Rosa, en Buenos Aires. Varias cajas repletas de volúmenes diversos –tanto como su pensamiento– fueron catalogados exhibiendo la estampa de un estilizado ex libris con su nombre, y volvieron a casa.
El evento, un homenaje académico que invitaba a releer la obra y el legado del reconocido crítico y ensayista rosarino, fue organizado por la Municipalidad de Rosario y la Universidad Nacional de Rosario, con la colaboración de la Fundación Instituto Internacional de la Lengua Española. En la sesión inaugural dialogaron animadamente quienes habían sido sus compañeros de ruta, de proyectos innovadores y utopías reveladoras, en aquellos promisorios años sesenta y setenta: Juan Sasturain, Carlos Schork y Norberto Puzzolo. Un vívido anecdotario (siempre recordamos una de las máximas favoritas de Nicolás: “la anécdota es el género discursivo de los sabios”) poblado de historias enlazadas a circunstancias políticas, vínculos intelectuales o programas culturales alentó el diálogo colectivo que se prolongó hasta después del brindis.
El listado provisorio de estos primeros ejemplares donados ya se puede consultar a través del sitio web de la biblioteca y quienes participaron del acto oficial aquel jueves tuvieron la oportunidad de contemplar, de primera mano, entre otros valiosos ejemplares que fueron expuestos ese día, las exquisitas ilustraciones en papel japón de Sous le signe du Rossignol (conte de Henry Jacques, ilustré par Kay Nilsen. L’ Edition d’ Art H. Piazza París. Achevé d’ imprimir le quinze octobre 1923 sur les presses de Pierre Frazier a París, 1923); ese sugestivo relato L’ Historie d’ O (di Guido Crepax.
Presentazione di Alain Robbe-Grillet. Olympia Press Italia, Milano, 1976) que entrelaza palabra e imagen en un libro de gran formato con tapas plateadas o La novela familiar, que reúne las actas de las Sextas Jornadas Anuales del Círculo Freudiano de Buenos Aires (1983), una obra artesanalmente mecanografiada.
A partir de ahora y durante los próximos meses seguirá llegando el resto de los textos, cuidadosa y respetuosamente seleccionados, dando cumplimiento así a la voluntad póstuma de Nicolás que dejó establecido –quizás influenciado por sus trabajos juveniles como bibliotecario o por su valoración estratégica de estos espacios de formación intelectual, o porque no podría decidir entre su doble ciudadanía universitaria UNR/UBA– cuál debía ser el destino de sus libros.
Otro asunto es el destino de sus lecturas, cuya dimensión sólo podemos atisbar parcialmente a través de la extensión transdisciplinaria de su obra y la rigurosa originalidad de su pensamiento: una máquina de leer. Y, consecuentemente, de escribir las lecturas explorando otras alternativas que abrirían anticipados recorridos críticos que, a su vez, posibilitarán nuevos lenguajes artísticos y teóricos que a su vez… En fin, un claro ejemplo de los ecos de la semiosis ilimitada descrita por Charles Sanders Peirce; en esta ocasión, aplicada a la elaboración de un método de interpretación: el método Rosa, seguramente hubiera dicho risueña Milita Molina, o el signo de los tres, en la perspectiva de Umberto Eco y Thomás Sebeok.
Ese estilo tan personal y disruptivo que recorre sus textos –definitivamente insostenibles en la previsible y sofocante monotonía de un “power point”, por más expectación didáctica que le pongamos– fue fraguándose con correr del tiempo; pero ya en aquellos momentos previos a la dictadura cívico-eclesiástico-militar del ’76 circulaba con su firma el manifiesto de Tucumán Arde y el conjunto de artículos que había escrito para la revista Setecientos monos y el primero de sus libros Crítica y significación; y, también, en ese tiempo, la resolución de creación de la carrera de Comunicación Social en la entonces Facultad de Filosofía y Letras (UNR) durante su decanato. Los tres integrantes del panel inaugural –Sasturain, Schork y Puzzolo– testimoniaron con su presencia y su palabra la intensidad y el brillo del ambiente y el debate cultural del que fueron protagonistas. Y resaltaron la impronta que dejaba –que dejó en ellos– Nicolás: la interrogación –la desconfianza y el desplazamiento– permanente del perímetro de la doxa y la avidez por la validación del conocimiento humanístico y social –explicación y predicción, distingue Félix Schuster– de las teorizaciones con las que trabajaba y que, constantemente, generaba.
La máquina de leer, ese innovador método Rosa de interpretación crítica de los signos –del signo de los tres– se había puesto en marcha y culminaría en 2006 con la publicación de Relatos críticos: cosas, animales y discursos dejándonos un sólido legado que podríamos articular en torno a los tres ejes conceptuales que, justamente, constituyen los fundamentos del pensamiento de Nicolás Rosa:
1) Hacia una “clase” de lectura. ¿Taxonomía, pedagogía o sociología?; 2) En los intersticios de la escritura. Literatura, crítica literaria y psicoanálisis y 3) Para una cartografía de los signos. Discurso social, semiología y arte. Especialmente acerca de este último punto quisiera señalar, brevemente, dos cuestiones que me parecen muy significativas en torno a la claridad anticipada de su pensamiento y su capacidad para proveernos las herramientas teóricas necesarias para comprender la experiencia humana y su relación con el lenguaje / los lenguajes.
La primera se refiere al texto que escribe en 1985 para el catálogo de la exposición de Norberto Puzzolo en el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” de Rosario: A partir de la fotografía. La segunda, a la traducción y temprana publicación en la cátedra Análisis y crítica II (UNR) en 1989 de un trabajo de Marc Angenot: Discursividad, interdiscursividad y discurso social.
Con respecto a su escrito sobre la fotografía de Puzzolo, y apenas cinco años después de la primera edición de La cámara lúcida (publicada en francés en 1980 por la editorial du Seuil en París, bajo el título original La Chambre Claire: Note sur la photographie), Nicolás ya debatía con Roland Barthes acerca de los alcances de la noción de representación –en cualquiera de sus variantes: icónica, simbólica o indicial– como fundamento de la interpretación de lo fotográfico. Introducía, entonces, la performatividad como condición necesaria de su interpretabilidad. Dice:
“Más que el acontecimiento es el acto de ver (y el sujeto mirante) el que se adelanta en la instantánea. La foto no autentifica el referente sino el instante de ver. Y a la forma constativa que Barthes le otorga a su gramática (cf. La chambre claire), le opondríamos la forma performativa, donde siempre es posible calcular un sujeto (actitud, modo, aspecto, distancia).”
Y habrá que esperar hasta la década del ’90 para ver los inicios de la transposición de la noción de performatividad acuñada en campo de la filosofía del lenguaje y conocida como la “teoría de los actos de habla” –John L. Austin, John Searle– al campo de los estudios sociales, de la mano de Judith Buttler, pensada como performatividad del género. Un paso más y ya los estudios sobre la fotografía –José Luis Brea, Joan Fontcuberta, Geoffry Batchen, Daniel Green, Johana Lowry– comenzarán a emplear aquella perspectiva que Nicolás Rosa había previsto: la forma performativa.
Algo similar ocurre con la traducción –la primera en Argentina, si no me equivoco– del texto de Angenot “Discursividad, interdiscursividad y discurso social” que inicialmente circuló como material de cátedra en la Facultad de Humanidades y Artes (UNR) y desde allí proyectó el nombre de su autor a escala nacional invitándonos a pensar con él aquella hipótesis sellada en la asersión, que reconocía estar parafraseando a Althusser: “si los autos funcionan a nafta, las sociedades funcionan a discurso”.
Así, los cimientos de la imaginación crítica que acompañó el despliegue del trabajo intelectual de Nicolás Rosa estaban arraigados en sus escritos desde el comienzo de su carrera: una concepción dialógica del lenguaje, la posición de la lectura crítica como una forma de respuesta y la convicción de que escribir críticamente es producir sentido, no simplemente explicarlo. En el artículo “Tres tristes tigres” publicado en la revista Setecientos Monos (1967) afirma, al analizar la novela homónima de Cabrera Infante:
“Someter a las palabras a un distanciamiento corrosivo es replegarlas sobre sí mismas, desligarlas de su encadenamiento lógico, retornar a una visión mítica de la escritura: cuando cada signo era igual a la cosa representada –el halcón, la mitra– donde se establecía una relación de identidad con el objeto mediante la nominación. Pero el misterio actual de las palabras es doblemente inquietante: son entidades que representan nada más allá de su sentido dentro de un contexto que las revaloriza y, al mismo tiempo, son objetos físicos que convocan difusas referencias implícitas.”
Algo de este posicionamiento epistémico –de este dispositivo de lectura– laboriosamente construido durante más de cuatro décadas quisimos evocar (al final, somos los salieris de Nicolás!) cuando pensamos en el título del seminario cuyo inicio acompañó el acto formal de donación de su biblioteca: Nicolás Rosa, la insurrección de los signos. Legado(s) de una imaginación crítica. Este programa, que preparamos junto a Paula Siganevich y Roberto Retamoso, continuará en la Facultad de Humanidades y Artes (UNR) durante el primer semestre del próximo año, según una agenda de encuentros virtuales que se definirá en los próximos días.
Y por último –aunque, quizás, en principio– reiterar un breve y agradecido comentario acerca de la lectura y el destino de las dedicatorias de los libros que tantas personas amigas le regalaron a Nicolás a lo largo de su vida… son muchos, y digo cientos, y preciosos y leeremos esas afectuosas notas con el mismo amor que nos tributó el maestro.
P.D.: Y por último – último: en una muy reciente entrevista televisiva (que pesqué iniciada ya que el televisor de la cocina es “eléctrica compañía”) el artista visual chileno/argentino Nicolás Miranda –que intervino una exposición oficial en el Museo de Cera de Madrid que recrea el Salón Oval de la Casa Blanca ubicando una figura de Javier Milei como un perrito faldero a los pies de Donald Trump– respondió, frente a la indagación periodística acerca de las fuentes conceptuales que inspiraban su trabajo: “el arte es en contexto, Tucumán Arde”.