Colección "La Querella de la Lengua"

Fernando Alfón

Obras selectas: escritos jurídicos tomo VIII

 

Autor: Juan Bautista Alberdi

Título: Fragmento preliminar al estudio del derecho acompañado por una serie numerosa de consideraciones formando una especie de programa de los trabajos futuros de la inteligencia argentina.

Fecha de edición: 1920 [1º ed 1837]

Lugar de edición: Buenos Aires

Editor: Librería «La Facultad» de Juan Roldán

Información adicional: A partir de la edición Alberdi, J. B., Obras Selectas. Nueva edición ordenada, revisada y precedida de una introducción por el doctor Joaquín V. González. Tomo VIII. Escritos Jurídicos. Volumen 1º.

Fuente: Biblioteca Nacional de España

 

 

        En julio del año 37, en Buenos Aires, se publica el Fragmento preliminar al estudio del derecho, donde Alberdi se propone ahondar en los elementos constitutivos de la legislación y, más precisamente, en la filosofía y razón de ser del derecho. Lo desvela el deseo de dotar a la Argentina de una filosofía propia, que respalde su emancipación y la acreciente. El ensayo podría haberse soslayado en este estudio si en su «Prefacio» no afloraran, ya en su esplendor, las tesis alberdianas sobre el idioma.

 

        Alberdi afirma que la emancipación gestada en 1810 ha dejado a los argentinos la enorme tarea de forjar una nación. Pero esta nación no surgirá si no se ahonda, a partir de una conciencia propia, en la realidad argentina. A la emancipación de España por la fuerza debe seguir la emancipación por el espíritu, cuyo resultado final será la silueta de una nación nueva. Esta es, dice Alberdi, la misión que a ellos le compete, pero esta nación no deberá ser el reflejo de ninguna otra. «Es preciso, pues, conquistar una filosofía, para llegar a una nacionalidad. Pero tener una filosofía, es tener una razón fuerte y libre; ensanchar la razón nacional es crear la filosofía nacional, y, por tanto, la emancipación nacional» (p. 17). No precisamos seguir leyendo para deducir que esa razón nacional deberá expresarse, también, en un idioma nacional. No habrá un pensamiento propio si no se escribe y conversa en una lengua propia. Ahora bien, debemos examinar esta idea de idioma propio para advertir sus alcances.

 

         Alberdi estima que la misión de su generación es teñir de color local, americano, a todos los elementos culturales que constituyen la nación. Anhela originalidad e incluso replegarse sobre nosotros mismos. Clama depurar nuestro espíritu de todo color postizo, de todo traje prestado, de toda parodia, de todo servilismo. A la frase el estilo es el hombre, añade el hombre es también su tiempo y espacio. De modo que desestima a los que piensan que, entre americanos, se trata de escribir español castizo y neto, que en Alberdi implica conducir al estilo a la insipidez y la impotencia.

 

         Los argentinos, agrega, hemos tenido dos existencias: una colonial y otra republicana. La una nos las dio España; la otra, Francia. Pasamos de ser hijos de aquella, a ser hijos de esta, que envuelve, con su influjo, todo nuestro espíritu, nuestras instituciones, nuestra expresión. «Si la lengua no es otra cosa que una faz del pensa­miento, la nuestra pide una armonía íntima con nues­tro pensamiento americano, más simpático mil veces con el movimiento rápido y directo del pensamiento francés, que no con los eternos contorneos del pensa­miento español» (p. 46). Ahora bien, no pide, por esto, imitar lo francés; señala que acusar una prosa americana de poco castiza, o de muy galicada, es ignorar con creces el espíritu preferido por el americano. El galicismo no sería barbarismo,sino síntoma de progreso. Alberdi, que ya había recibido reproches por su lengua, no cree que esta deba identificarse con la lengua española, pues no se siente español, sino argentino. La existencia de esta entidad, Argentina, basta para que todo se impregne de su naturaleza distintiva. A cada nación, una lengua. La lengua de Argentina no es, entonces, la lengua de España; es hija de ella, como lo es toda la nación, sin ser por eso la nación española. «Una lengua es una facultad inherente a la personali­dad de cada nación, y no puede haber identidad de lenguas, porque Dios no se plagia en la creación de las naciones» (p. 47).

 

       Esta tesis que abraza Alberdi será refutada, tiempo después, por Ernest Renan (1882), que demostrará, invocando a Suiza, Egipto, Gales y a la misma España, que no hace a una nación la detentación exclusiva de una lengua. No está, sin embargo, el vigor del universo idiomática de Alberdi en esta nacionalización a ultranza, sino en postular nuevas pautas para establecer lo adecuado: «¿Tu lenguaje penetra, convence, ilumina, arrastra, conquista? Pues es puro, es correcto, es castizo, es todo» (p. 47). Este es el fondo alberdiano, la intuición que el joven nacido el año de la Revolución sintió desde el primer momento. La personalidad lingüística que busca y que aconseja para América, en última instancia, debe atender a esto, al impulso; pues el resultado de esa expresión impulsiva será bueno si brega por ensanchar la libertad. Los americanos que buscan, en cambio, legitimar sus estilos de hablar y escribir en los dictámenes de la Real Academia vulneran la soberanía americana, que tiene al pueblo, no al rey, por único dictador. Llega a hablar, incluso, de «alta traición» a la patria si se escribe a la española. Ahora bien, Alberdi no reniega de las academias —idea que lo llevará a confrontar con Gutiérrez, cuando este rechace ser parte de la más célebre—, sino que rechaza que una nación tenga como propia la academia de otra. Si América no tiene su propia academia de la lengua americana, debería tenerla; pero no a la vieja usanza peninsular, sino acorde al nuevo espíritu americano, es decir, democrático.

 

      Quizá Alberdi no hubiera puesto tanto énfasis en el divorcio con España —énfasis que será también el de Gutiérrez, el de Sarmiento— si ella no se le representara como el despotismo, el atraso y la brutalidad. Buscar denodadamente una mirada sobre lo propio y una emancipación completa, acaso haya sido un intento por despojarse de lo español. No está prescripto que una nación, al dejar de ser colonia, repudie invariablemente a la nación que obedecía. La causa de la querella idiomática en Argentina, como ya mencioné, también hay que buscarla en España.

 

       En el Fragmento, por último, campea una sobrestimación del fondo de la lengua, por sobre la forma que eventualmente adquiera; una exaltación de lo que ella sea capaz de decir, por sobre el ornato que elija para decirlo. Alberdi no ve urgente dar con un estilo, sino con una substancia. Esta, de alcanzarse, ya de por sí es un estilo. Al final de la obra, en las «Notas», al disertar sobre las corrientes estéticas que atravesaron a la humanidad, impugna, para su presente, tanto al clasicismo de Boileau, como al romanticismo de Hugo. Destinado el arte, escribe, a satisfacer la necesidad progresiva de la naturaleza, no debe ser más que «progresista». Este concepto, entonces, no apelaba más que al espíritu cambiante de la realidad social; y ser progresista, en Alberdi, solo invocaba estar atento a las mutaciones sociales, que eran de gran singularidad histórica. Esta aspiración afianzó en él la idea de subordinar la forma de la lengua a las urgencias de los acontecimientos. La expresión y la lengua deben marchar, casi sin miramientos, hacia las conquistas sociales; de aquí que aconseje no demorar en la incorrección. Basta con que las palabras adquieran el ímpetu del acontecer político y social. La infancia, dirá, es la edad de las formas, de los colores, de los símbolos; pero ya no somos niños y es preciso buscar la substancia de las cosas.

 

 

 

 

 

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