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El destino cruzado de las bibliotecas personales

FUENTE: Revista Ñ  (29/07/2016)

 

 

En septiembre de 1907, Roberto Payró estrenó, en el Teatro Odeón, su comedia en tres actos El triunfo de los otros , cuyo protagonista, Julián Gómez, es un escritor con talento pero sin suerte, que trabaja a destajo como periodista y ghost writer . Explotado por el sistema, enfermo y apremiado por las deudas, encuentra en la venta a cuentagotas de su querida biblioteca el único modo de subsistencia. Pasan los amigos vividores. Pasan los usureros. Pasa el tiempo y la biblioteca, que durante años había sido erigida con voluntad y esfuerzo, de pronto desaparece. La pérdida de la biblioteca se convierte en símbolo de la destrucción de Julián y su irreversible caída en la locura.

 

 

Junto a la quema, ese puede ser uno de los desenlaces más tristes para los libros de un escritor. Una biblioteca personal representa el itinerario de la historia intelectual y hasta sentimental de su propietario y, quizás también, un preciso mapa de sus obsesiones. La polémica ocurrida en mayo en torno de las idas y vueltas de la donación de 250 libros que el filósofo Mario Bunge hizo a la Facultad de Filosofía y Letras reabrió este debate. El rechazo de la donación (en un principio, por carecer de los dos mil dólares para hacerse cargo del flete desde Canadá) más que un argumento parecía una broma. Y entonces, la pregunta se vuelve pertinente: ¿Cuál es el destino de las bibliotecas de los escritores en la Argentina?

 

 

No hay una sola respuesta. El historiador Horacio Tarcus, que en 1998 cofundó el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI), considera que en el país no hay políticas públicas, de modo que las bibliotecas particulares tienen tres destinos posibles: quedan en manos privadas; se donan o se venden a instituciones del exterior; o se venden en remates, en librerías de viejo o a través de Internet. Es excepcional el caso de las que se preservan en instituciones públicas. Cuando se trata de las grandes bibliotecas de figuras de la vieja élite (esas bibliotecas que forman grandes colecciones, normalmente encuadernadas en pasta y guardadas en antiguos muebles vidriados), pasan de generación en generación. La biblioteca formaba parte ineludible del prestigio y, para sus hijos y nietos, preservarla significa conservar algo de aquel aura perdida. No fue así en todos los casos. Cuando las viejas casonas empezaron a venderse o los hijos eran muchos, las bibliotecas solían terminar en remates para ser desguazadas en lotes. Para Tarcus, uno de los desguaces más crueles de una colección extraordinaria fue el de la colección de Federico “Fico” Vogelius en 1997. Quien fuera en 1973 el fundador de la revista Crisis a su vez había formado su patrimonio comprando las colecciones de Dodero, Santamarina, Carbone y Marcó del Pont. Allí poseía miles de ediciones originales de los más relevantes escritores latinoamericanos, libros de viajeros, periódicos antiguos, la colección etnográfica más completa del país, documentos de la época colonial y los libros con los que se educaba a los niños en el siglo XIX.

Otro rumbo posible que toma el legado bibliófilo de nuestros autores son los institutos europeos y las bibliotecas universitarias de Estados Unidos, adquisiciones que son alternativas formas del márketing. Contra la voluntad del filósofo ítalo-argentino Rodolfo Mondolfo, por ejemplo, su biblioteca se repatrió a Italia mientras que la del historiador Luis Sommi fue embarcada a la antigua Unión Soviética. La extraordinaria biblioteca del jurista Ernesto Quesada, que incluía la de su padre Vicente, se convirtió en uno de los pilares sobre los que se fundó el Instituto Iberoamericano de Berlín al tiempo que la del escritor anarquista Diego Abad de Santillán recaló en el Instituto de Historia Social de Amsterdam. “Pero las bibliotecas y los fondos de archivo de los escritores latinoamericanos tienen un destino seguro en universidades como Harvard o Princeton”, explica Tarcus. “Cuando no se trata de escritores de prestigio, o cuando los descendientes ignoran su valor, las bibliotecas son vendidas a las librerías de viejo: ese fue el destino de la gran biblioteca del filósofo argentino Carlos Astrada, que se desguazó entre varios libreros de la costa atlántica”. Tarcus alcanzó a comprar algunos ejemplares para el CeDInCI, que además de estos está compuesto por colecciones de José Ingenieros, Córdova Iturburu, José Sazbón, Samuel Glusberg y Raúl Larra, entre otros.

 

 

“La preservación de bibliotecas importantes debe ser ejercida tanto desde la esfera de las políticas culturales como desde las que preservan archivos como fuente historiográfica”, entiende la ensayista Beatriz Sarlo y da como ejemplo a la Biblioteca del Maestro, donde se encuentran aquellos volúmenes que pertenecían a Leopoldo Lugones: “Muchos de sus libros tienen anotaciones de puño y letra, y ese catálogo nos permite ver qué obras Lugones leía en traducciones y cuáles en su original, un dato decisivo para la investigación”, dice Sarlo.

 

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